Desde tiempos inmemorables los
pobladores de las islas del oriente venezolano dependían de los productos que
la cercanía del mar les ofrecía.
Por eso la historia y las tradiciones de nuestros pueblos son parte indisoluble de nuestro futuro. La perla,
ese cuerpo pequeño, duro y nacarado,
producido por un parásito en la ostra o madreperla que crece y se desarrolla en sitios que por su
abundancia en plantas marinas reciben el nombre de ramas, desató una gran
codicia por parte de los conquistadores del territorio neoespartano.
En textos
antiguos, como los escritos de Bartolomé de las Casas recogidos por el profesor
Subero 1989, se encuentran citas como la siguiente “la tiranía que los
españoles ejercían contra los indios en el sacar o pescar de perlas, es una de las más crueles y
condenadas cosas que pueden ser en el
mundo”… al referirse a la incipiente labor de extraer dichas gemas del fondo
del mar, para el año 1520 fue otorgada la primera licencia para pescar
perlas con un rastro en Cubagua. Sin embargo, tanto afán del conquistador y
colonizador lleva a agotar la producción
en Cubagua.
Para el año 1527 “del fondo de los rocosos mares los indios y los
negros africanos, en medio año bucearon mil doscientos marcos de Margaritas. Se
les obligaba a zambullirse y se le marcaba con candente hierro una grande y
visible C en la frente y en el brazo.” (SUBERO 1989).
Allí comenzó la
dependencia de la economía de muchos hogares, primero cubagüeses y luego
margariteños. Pasados varios siglos sin referencias de esta actividad, en 1812,
durante los años de independencia se intenta retomar la pesca de perlas, según
información recogida por Pablo Vila en
su obra sobre las actividades perlíferas y sus vicisitudes en Venezuela 1963, pero
hasta 1823 por decreto el Congreso de Colombia concede a una compañía inglesa,
Rundell, Bridge y Rundell, el derecho exclusivo de pescar perlas con máquinas
en las costas de la nación según fue
recogido por la Fundación Boulton 1964 en su obra Pesca de Perla ilegal en
Cubagua. Nº 6 Caracas. (Véase SUBERO 1989).
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