LA VENDEDORA DE DULCES DE MI INFANCIA. RELATO POR FLOR PATIÑO DE V.

Harina, azúcar, mantequilla, mezcla de ciertos elementos, creaciones de ingenio del pueblo, transformación de la realidad diaria. Un pan dulce, de leche, un saboyano, ricuras del pueblo insular.
 En nuestra mente permanecen dormidos recuerdos significativos de la infancia.

En los años 70, apenas terminaba la primaria en el Grupo "Zulia", mi familia se mudó definitivamente de su vieja casa matriarcal de la Calle Guilarte, detrás del Colegio de las Monjas de Porlamar al antiguo conuco de Marcelo Alfonzo, mi tatarabuelo. Nos fuimos a un cercano lugar llamado Conejeros.
En esa época, las calles eran cortas, de tierra al final de las mismas, circundadas sólo por un viejo camión cisterna camino a su hogar, donde crecía la hierba a la luz de los postes de luz, amamantadas por el agua de pequeñas pozas que se hacían en el lugar.
Acostumbrarnos a este nuevo hogar, fue muy fácil, más espacio para cada familia, para correr y jugar con los primos. Conocer y compartir con nuevos vecinos. Y tener un dulce encuentro al atardecer de cada día.

Como a casi todo niño, me gustó el dulce, sobre todo el que hacía mi abuela, pero me aficioné a comer un estupendo dulce, esponjoso y apetitoso, cubierto de glaseado de limón que cada tarde vendía una simpática señora vecina del sector.
Esta señora tenía una silueta de dama gentil y voz baja,era amable y cordial, conversaba con mi mamá mientras ésta le compraba sus apetitosos manjares; a eso de las 4 de tarde, con una gran cesta cuadrada,con muchas golosinas que me fascinaba mirar, mis ojos se deleitaban queriendo escoger el mejor, presentados con mucha elegancia como en cualquier panadería, siempre impecables, cubiertos por un mandil a cuadros verdes y blancos que me hacían engrandecer los ojos queriendo tomarlos todos. Cada dulce costaba 5 bolívares, y eran hechos por la señora, cuyo nombre no pude recordar para esta crónica, sólo recuerdo que venía de las últimas casas ubicadas en el sector y con eso se ayudaba para mantener a su familia
. Siempre esperaba esa hora de la tarde parada en el porche de la casa vigilando el paso cansino de la vendedora de delicias y de sueños.
Hoy, al hacer una torta ha venido esa imagen imperecedera de la cesta tejida repleta de dulces cuyo sabor aún siento después de tanto tiempo.

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